viernes, 29 de febrero de 2008

La procedencia de las bendiciones

Una historia que me llama mucho la atención es la del centurión que se acercó a Jesús para pedir un milagro de sanidad para su siervo (Mt. 8.5 y ss.). Lo que más me asombra es la actitud de este hombre y la fe que él tenía que le hacía saber que si el milagro se realizaba era porque Jesús lo había hecho. No le hacía falta que Jesús visitara su casa, no le hacía falta ver como tocaba a su siervo, no necesitaba ninguna prueba más que su palabra sabiendo que el que obraba era Jesús.

Nosotros muchas veces no tenemos este tipo de fe. Cuando recibimos alguna bendición, si no "vemos" algo diferente, algo extraordinario, alguna prueba con nuestros propios ojos de que dicha bendición viene de Dios, rápidamente se lo atribuimos a otro. Tuve suerte, fue gracias a un contacto ... son expresiones que utilizamos y que aunque parecen inocentes lo que estamos es atribuyendo la bendción a otra persona o causa fuera de Dios.

Y lo peor viene cuando nosotros pensamos que las bendiciones son fruto de nuestro esfuerzo, nuestra inteligencia o nuestras habilidades. Y por desgracia, en mi opinión, es lo que suele pasar.

Recordemos que toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación. (Stg. 1.17 - LBLA)