viernes, 2 de agosto de 2013

Siete lunas y siete serpientes

Recientemente he escuchado por la radio la noticia de que un hombre fue multado (y no recuerdo si también tuvo pena de cárcel) en USA por recoger en su terreno agua de lluvia. Investigando un poco por internet, me he enterado de que en varios estados de esta nación es ilegal esta práctica de sentido común, ya que el mismo estado se considera dueño del agua de lluvia. Puede ser que en otros países también tengan la misma filosofía que no deja de parecerme llamativa y presuntuosa queriendo apropiarse de lo que no nos pertenece pues la lluvia es un regalo del cielo.
A raíz de esta noticia, me acordé del libro de Demetrio Aguilera-Malta (Ecuador) Siete lunas y siete serpientes. En él, uno de los personajes se dedica a comprar los tejados, y sólo los tejados, de todas las casas del pueblo para recolectar toda el agua de lluvia y luego especular con ella. Curiosamente lo que es parte de un realismo mágico en la ficción, resulta que en la realidad es posible. Y como pasa muchas veces la realidad supera a la ficción. Pues no es que el estado de estos lugares esté acaparando el agua de lluvia para luego vendérsela a la población, sino que se adueña de esta agua aún cuando está en el cielo, prohibiendo que nadie la pueda recoger y dejando que en su gran mayoría se pierda, pues según los estudios que han realizado por estos lares,  sólo el 3% del agua de lluvia acaba en los arroyos. Me pregunto de quién será el agua que se produce por condensación en los aparatos de aire acondicionado de estos estados.
La cuestión es la obstinación del hombre en querer ocupar el lugar de Dios. Jesús dijo  "...para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos." (Mt 5.45). Aunque en esta ocasión no haría falta ni citar la Biblia, sino llamar al uso de nuestro sentido común, para que nos diésemos cuenta que la propiedad del agua no puede ser nuestra sino de Dios. El egoísmo nos impulsa a querer tomar aquello que Dios nos da gratis y apropiarnos de ello hasta el punto de negárselo a nuestros semejantes. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿Habrá que poner reflectantes en las casas para que el calor del sol no caliente nuestros hogares? ¿Tendremos que pagar por el aire que respiramos? No quiero ni pensar lo que nos tocará ver.
Volviendo a la novela de Aguilera-Malta, si no la has leído, la recomiendo encarecidamente. Para mí es una de las novelas de obligada lectura. Tiene mucho en común con Cien años de soledad de García Márquez, aunque curiosamente fue escrita antes que está pero publicada después, con lo que es poco probable que una pudiera influenciar a la otra. Además es una de las pocas obras de la literatura ecuatoriana que podemos encontrar en nuestras librerías españolas, ya que la editó Cátedra.
Lo dicho, la próxima vez que llueva, piénsatelo bien antes de sacar tus macetas al balcón, podrías estar infringiendo la ley.

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